Tomasín

Aquel día Lucas se sentía el niño más afortunado del mundo. Más afortunado aun que su primo Andrés, al que Papá Noel le había regalado unos patines con tantas luces que podía usarlos por la noche. Salió al trote del colegio con Tomasín entre sus brazos. Era la mascota de la clase. Un rinoceronte de peluche con un pelo tan suave que podría dormir días enteros abrazado a él, y una pajarita roja alrededor de su ancho cuello que le hacía el más elegante de todos los rinocerontes. Durante el curso, cada niño de su clase se había llevado a Tomasín a casa durante todo un fin de semana, y por fin había llegado su turno. Como su apellido se encontraba entre las últimas letras del abecedario siempre le tocaba esperar al final para todo. Hasta tenía que sentarse al fondo de la clase, a pesar de lo mucho que le gustaba estar cerca de la Señorita Inés.

Tomasín sonreía entre sus brazos. Iba a ser un gran fin de semana. Lo había estado preparando durante meses. Irían juntos al parque y luego a comer un helado. Hasta le había hecho prometer a su madre que los llevaría a casa de tía Marta para enseñárselo a Andrés. Siguió corriendo hasta el final de la calle alzando a Tomasín lo más alto que podía para que pudiera disfrutar de la velocidad tanto cómo él. Pero justo cuando se disponía a girar hacia el callejón que llevaba a su casa, el siempre desatado cordón de su zapato se burló de él por enésima vez, y vio con horror cómo Tomasín salía disparado de sus manos y se dirigía sin remedio a un gran charco de agua que le esperaba con los brazos abiertos. Vio la mirada de terror de Tomasín cuando su cuerpo rebotó contra uno de los contenedores que custodiaban el charco y terminó zambullido de narices en el mismo.

Lucas se levantó sin fijarse siquiera en la sangre que asomaba de su rodilla y corrió veloz para rescatar a Tomasín. El agua negra se había incrustado en cada uno de sus pelillos y toda la elegancia que la pajarita roja le otorgaba se había desvanecido. Comenzó a llorar desconsolado. Las enormes lágrimas le nublaban la vista hasta impedirle ver al pobre Tomasín. Sentado en el suelo tuvo que aguantar a los chicos de quinto curso que, cuando le vieron, comenzaron a reírse y a dirigirle insultos que su madre no le permitía ni pensar.

Cuando al fin se cansaron, le dejaron allí tirado con Tomasín hecho un trapo. Recuperado el aliento, comenzó a incorporarse despacio con cuidado de no hacerle más daño, hasta que una voz le interrumpió:

  • Eh, tú!! ¿Necesitas ayuda?

Se giró para ver de dónde venía esa peculiar voz, pero no vio a nadie.

  • Sí, tú!! El niño que parece un cuadro.
  • ¿Quién es?- preguntó Lucas asustado.
  • Mira dentro del contenedor, ¿quieres?. Que yo solo no puedo salir.

Lucas apretó a Tomasín contra su pecho y comenzó a retroceder poco a poco.

  • No tengas miedo. Puedo ayudar a tu amigo.
  • Pero ¿quién eres?
  • Si te lo dijera no me creerías, por eso es mejor que te acerques y lo veas por ti mismo.

Lucas sujetó más fuerte aun a Tomasín y comenzó a acercarse al enorme cubo verde con pequeños pasos. Intentó abrir la tapa pero era muy pesada para él, y su escasa estatura tampoco ayudaba. Buscó a su alrededor y encontró una vieja caja que nadie usaba desde hacía mucho tiempo. La acercó como pudo al borde, se subió a ella y lo intentó de nuevo. A pesar de sus esfuerzos, con una sola mano no era capaz de abrirlo. Después de mucho pensar, apoyó a Tomasín en una ventana y repitió la operación, ahora con las dos manos. Al fin lo consiguió.

De puntillas, asomó la cabeza a su interior pero no vio nada.

  • ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?- preguntó temeroso.

El montón de basura comenzó a moverse hasta que un par de ojos amarillos y brillantes le apuntaron directamente.

  • Vamos, ayúdame a salir de aquí.
  • ¿Que… eres..?
  • Que soy, que soy, … Sácame de aquí y procura que no te vea nadie.

Lucas levantó la vista y comprobó que estaba solo. Volvió a mirar a aquella extraña criatura. Lo único que podía distinguir era una gran bola de pelo adornada con esos dos encendidos ojos que lo miraban expectantes.

  • Venga muchacho, que no tenemos todo el día.

Al fin metió la mano dentro del contenedor. Al instante notó un pelaje húmedo que trepaba por su brazo. Cuando estuvo fuera, lo dejó en el suelo. La pringosa bola de color marrón comenzó a sacudirse como si de un perro se tratara. No tenía piernas y entre su mugriento pelaje, un par de brazos tan delgados como palillos, parecían estar a punto de desprenderse de su cuerpo en cualquier momento.

  • Hueles muy mal.- dijo Lucas.
  • ¿Que esperabas? ¡¡Llevo días atrapado en este contenedor!!
  • ¿Quien eres? ¿Por qué puedes hablar?
  • Mi nombre es Patapié.
  • Yo me llamo Lucas. ¿Eres un animal?
  • Lo que soy no importa. He escuchado lo que le ha pasado a tu amigo. Parece que no se encuentra muy bien.

Patapié comenzó a rodar y se acercó a la ventana dónde se encontraba Tomasín.

  • Bájalo para que pueda echarle un vistazo.

Lucas obedeció. Tumbó a Tomasín al lado de la parlante criatura que se hacía llamar Patapié y esperó con atención.

  • Vaya, te has dado un buen golpe,Tomasín. ¿Puedes oírme?.
  • ¿Cómo va a oírte? Es un muñeco.

Patapié clavó sus amarillos ojos en él y comenzó a refunfuñar. Luego acercó su diminuta boca al oído de Tomasín y susurró algo que Lucas no pudo entender. Cómo por arte de magia, éste comenzó a respirar. Su mojada tripa se movía despacio al ritmo de cada inspiración. Movió los brazos muy lento y, poco a poco y con la ayuda de Patapié, se incorporó hasta quedar sentado. Con una de sus pezuñas se limpió la cara y luego suspiró.

  • Ay…Me duele todo.
  • ¿Puedes hablar…?- preguntó Lucas asombrado.
  • Claro, todos podemos hablar, aunque nunca lo hagamos.
  • ¿Pero… cómo es posible?.
  • Es nuestro trabajo. Entretenemos a los niños y les damos todo nuestro afecto. Y cuando ya no nos necesitan volvemos a nuestra forma original, que es la que estás viendo ahora mismo.
  • Andrés no se lo va a creer.- dijo Lucas eufórico.
  • No se lo puedes contar a nadie, ¿me oyes?- contestó enfadado Patapié.
  • Pero…
  • Ni pero ni nada. Si se lo cuentas a alguien tendremos que desaparecer. ¿Lo entiendes?.

Lucas bajó la cabeza. A pesar de la decepción de no poder compartir ese increíble descubrimiento con Andrés, tuvo que aceptar. Tomasín se encontraba mucho mejor y consiguió ponerse de pie. Se limpió como pudo con sus pequeñas pezuñas y se ajustó la pajarita.

  • Un buen baño y estaré cómo nuevo.
  • Yo puedo bañarte en casa.- dijo Lucas.
  • Perfecto. Pero con jabón de verdad, y no ese que usáis para la ropa que escuece en los ojos.

Patapié hizo una especie de reverencia a modo de despedida:

  • Cómo veo que todo ha quedado en un susto, ya me puedo ir. Ah, y muchas gracias muchacho por sacarme de ese cubo. Unos desalmados me tiraron hace un par de días y no veía la manera de salir.
  • De nada.- contestó Lucas.- Aunque a ti también te vendría bien un baño.
  • Yo ya no hago esas cosas muchacho. Mejor me voy a casa que estarán preocupados por mí.
  • Espera, ¿Hay más cómo tú? ¿Dónde vives? ¿Puedo ir?- gritó Lucas emocionado.
  • Para el carro muchacho. Eso mejor lo dejamos para otro día.

Sin decir nada más, Patapié comenzó a rodar veloz por el callejón hasta perderse entre unos arbustos. Lucas miró a Tomasín y, tras pedirle permiso, lo tomó entre sus brazos para llevarle a casa.

  • ¿Vas a seguir hablando conmigo?- preguntó Lucas.
  • No debería, mi trabajo es…
  • Te prometo que no se lo diré a nadie, ni siquiera a Andrés.

Tomasín se acurrucó contra su pecho y le guiñó uno de sus negros ojos:

  • Creo que por un fin de semana puedo hacer una excepción.