Primera cita

Cuando la melodía del teléfono móvil atravesó el bolsillo del pantalón de Sara, el libro de Filosofía que descansaba bajo su brazo resbaló hasta estamparse contra la deportiva morada que le habían regalado por Navidades. En la pantalla, la imagen de su madre esperaba sonriente una respuesta.

  • Hola mamá. Estoy saliendo de clase.- contestó mientras salvaba a Platón y a su pandilla de ser engullidos por las desgastadas escaleras del instituto.
  • Solo quería saber cómo te había ido en el examen.
  • Bien, mamá.
  • Me alegro mucho, hija. Ya sólo nos queda uno más para graduarte. Estoy muy orgullosa de ti. ¿Que quieres que te prepare para cenar?
  • Mamá, ¿lo has olvidado? He quedado con Fran.
  • Ah, es verdad. ¿Estás segura de que quieres ir?
  • Pero ¿qué dices? Claro que estoy segura.
  • Sólo me preocupo por ti. Ten mucho cuidado.
  • Vale ya, mamá.
  • Si no te sientes preparada puedes venir a casa.
  • ¿Preparada? Si por fin me ha invitado a salir.
  • Está bien. Que te diviertas. Pero si te sientes incómoda llámame e iré a buscarte.
  • Vale, nos vemos después. Adiós.

Colgó el teléfono y guardó la preocupada voz de su madre en el bolsillo del pantalón vaquero. Bajó las escaleras y salió del edificio de ladrillo que la había retenido los últimos años. Un examen más y se olvidaría por completo de esas paredes pintadas de crueldad adolescente. El cargante sol de verano se imponía con fuerza ante la agotada primavera, y decenas de cuerpos novatos refrescaban sus espaldas en la hierba sin arreglar del jardín. De pronto vio a Fran. Charlaba animado con otros dos jóvenes de su clase bajo la sombra de uno de los almendros del parque. Se acercó nerviosa.

  • Sara, ¿ya has salido? ¿Que tal te fue?
  • Mejor de lo que esperaba, la verdad.
  • Sabía que te saldría bien.

Fran bajó la vista y una sonrisa se escapó avergonzada por la comisura de sus labios.

  • ¿Estás lista para ir a ver la última de John Carpenter?
  • No sé si lista es la palabra, pero sí.

Emprendieron el viaje hasta el centro comercial mientras se alejaban de la mirada curiosa de los dos jóvenes bajo el almendro. Durante el camino, Fran echaba a volar sus palabras mientras Sara asentía sin dejar de prestar atención. No se le daba bien hablar. Se detuvieron en el semáforo frente al centro comercial. El sol comenzaba a perder su fuerza y una brisa suave se colaba entre los cantos de los pájaros. Cuando el sonido del monigote verde les invitó a cruzar, Fran tomó la mano de Sara con dulzura mientras una sonrisa aterradora se dibujaba en su rostro. Sara se estremeció y se liberó asustada.

  • ¿Estás bien?- preguntó Fran sin rastro de esa cruel sonrisa.

Sara asintió y continuó caminando a su lado. El cielo comenzó a oscurecerse bajo nubes de un gris furioso y los pájaros cesaron su voz. Cuando llegaron a la puerta, Fran deslizó su mano sobre el hombro de Sara para invitarla a entrar. Volvió a estremecerse pero, en el momento en que intentó alejarse, la mano apretó con más fuerza. Miró a su hombro y comprobó que aquello que la retenía ya no era una mano. Unos dedos torcidos coronados por garras afiladas bañadas en sangre se hundían en su piel. Un dolor agudo le recorrió la espalda hasta el fondo del estómago. Miró a Fran pero su rostro había desaparecido. Ante ella, unos ojos enormes sobresalían de unos rasgos deformados por decenas de llagas que escupían un líquido denso y amarillento. Las palabras alegres de Fran se habían convertido en charcos de saliva que huían de unos colmillos ansiosos hasta depositarse en la delicada piel de Sara. Un grito se le escapó de la garganta y empujó a aquella cosa con todas sus fuerzas. Consiguió soltarse de esa garra pero sus pies no se pusieron de acuerdo y su huida finalizó en el suelo.

Un rugido feroz bañado en saliva se escapó de aquella cosa empujado por su áspera lengua y atravesó el cielo gris. Los brazos de Fran comenzaron a hincharse y su pecho emprendió una violenta fuga a través de los jirones de su camiseta. Heridas abiertas se dibujaban en él y desgarraban sus ropajes. Sara no podía moverse. Con un último rugido la enorme lengua devoró por completo el inocente cuerpo de Fran. Una inmensa bestia con la piel inundada por cráteres de pus furiosos comenzó a acercarse a Sara. Cuando la colérica saliva de aquellos colmillos le salpicó el rostro y la cortante lengua desgarró su mejilla, un chillido incontrolado le atravesó el estómago. Sin pensarlo, Sara lanzó su pierna contra el monstruo y la deportiva morada se hundió en uno de los agujeros de su pecho hasta que la enorme lengua retrocedió. Sara se arrastró por el suelo hasta que sus pies llegaron a un acuerdo y la empujaron a correr. Entró en el centro comercial tratando de pedir ayuda pero no había nadie. El silencio se rompía por el estruendo de su respiración. Corrió entre escaparates vacíos hasta que un nuevo rugido atravesó el aire y se estrelló en los cristales de las tiendas desiertas convirtiéndolos en una lluvia afilada. Sara miró hacia atrás. La bestia había duplicado su tamaño. Se precipitaba hacia ella subida en sus cuatro patas haciendo estremecer el suelo a cada zancada. Corrió hasta llegar a los baños. Entró y se escondió en uno de ellos. Cerró la puerta y se subió a la taza del váter. Las lágrimas manaban por sus mejillas sin rumbo y su pecho se afanaba en controlar el ritmo desbocado de su corazón.

Un golpe seco en la puerta del baño la paralizó. Otro golpe hizo que su pecho perdiera el control de sus latidos. Uno tras otro, los golpes se iban dibujando en la fina puerta que la separaba de lo que antes había sido Fran. Grietas cada vez más grandes deformaban esa puerta y daban paso a aquella lengua bañada en odio. Cuando el último trozo de madera desapareció ante ella, Sara cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas.

  • ¡Sara! ¿Puedes oírme? ¡Sara! Por favor, mírame. Soy mamá.¡Sara!

Sara abrió los ojos despacio. La bestia había desaparecido. La puerta del baño estaba intacta y los ojos húmedos de su madre le hablaban preocupados.

  • Sara, mi niña. Soy yo. Todo va a estar bien.
  • ¿Mamá? Había una bestia…

Rompió a llorar y se desplomó entre los brazos de su madre.

  • Está bien cariño. Nos vamos a casa.

Hundida en su cálido pecho se dejó llevar. Salieron del baño y vio el rostro aterrorizado de Fran. Se abrazó con fuerza a ese pecho y cerró los ojos.

  • Fran era un monstruo…
  • Lo sé mi niña, lo sé. Algún día todo cambiará. Pero es demasiado pronto aun.
  • No lo entiendo…
  • Lo harás. Con el tiempo recordarás y serás capaz de hacerlo. Y cuando estés preparada podrás salir otra vez con un buen chico. Pero aun no es el momento.
  • Quiero irme a casa…

Su madre la abrazó con fuerza y salieron del centro comercial ante las miradas desconcertadas de decenas de jóvenes. El sol se posó sobre ellas mientras los pájaros cantaban alborotados por la llegada del verano. Sara giró la cabeza y vio a Fran a lo lejos. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla mientras su rostro de niño asustado se despedía de ella.