La Gran Batalla

  • Disculpe Señor, ¿está listo? Casi es la hora.
  • Estoy más que listo. Aunque nunca llegaré a entender el porqué de este paripé.
  • Así está escrito desde el inicio de los tiempos, Señor.
  • Muy bien, que empiece el espectáculo.

Dio un último vistazo al espejo y se ajustó el nudo de la corbata. Parecía eufórico. La victoria flotaba en su joven mirada. Le vi terminar de colocarse el pelo y de peinarse las cejas. Arrimé la puerta con cuidado y salí de su camerino para ir al campo de batalla y acomodarme en la pequeña butaca que me había agenciado para disfrutar del gran evento.

La hierba del flotante y cuadrado espacio estaba recién cortada y su olor se escuchaba a través de la algarabía que esperaba ansiosa. Cuatro enormes farolas colocadas en sus cuatro esquinas enfocaban un punto en el medio donde un pedestal de madera encumbraba al Señor Tiempo. Enfundado en su traje dorado miraba impaciente su pequeño reloj de bolsillo. A pesar de que yo lo había intentado más de una vez, sólo el era capaz de descifrar la hora que se escondía entre sus engranajes. Alzó la vista sonriente y apartó su larga y blanca melena para esconder el reloj entre los pliegues de su chaleco. Extendió los brazos y comenzó a hablar:

  • Queridos Amigos. Estamos aquí como cada año para presenciar la Gran Batalla que guiará nuestro destino durante los próximos doce meses. Siempre es un honor para mí presentar este magnífico evento ante ustedes. Les muestro mi más profundo agradecimiento por haber venido. Sin más dilación, procedo a presentar a los magníficos combatientes de este año.

Los aplausos resonaron por todo el campo deleitando el orgullo del Señor Tiempo.

  • Por un lado, es un placer presentarles al, por todos conocido, Señor Año Viejo, que nos ha regalado buenos momentos, aunque, todo hay que decirlo, ha decidido brindarnos alguna que otra calamidad. Unas cuantas más bien. ¡Con todos ustedes, el Señor Año Viejo!

El alboroto bajó de intensidad y la multitud pareció decepcionada. Al fondo del campo una silueta empezó a dibujarse. Un hombre apoyado en un torcido bastón de madera comenzó a arrastrar sus pasos hasta el pedestal del Señor Tiempo. Su pelo gris se confundía con el gris de sus ojos. Las grietas de su piel podían verse desde lejos. Llegó al pedestal e hizo una reverencia.

  • Querido Señor Año Viejo. Me alegra mucho tenerle aquí con nosotros. Han sido doce largos meses donde ha realizado un duro trabajo.
  • Y podría seguir haciéndolo doce meses más. Para variar.
  • Ja,ja,ja,ja… Siempre ha sido usted un bromista. Pero paciencia, esperemos a ver que ocurre en la batalla.

El gentío murmuraba nervioso. El Señor Año Viejo nunca les había gustado y esperaban con ansia despedirse de él esta noche.

  • Bueno, continuemos.- dijo el Señor Tiempo.- El otro de nuestros queridos combatientes es el magnífico y jovial Señor Año Nuevo!!.

La multitud estalló. El campo comenzó a temblar y hasta las hierbas bailaban al son de los aplausos. Por el lado opuesto al que se había manifestado el Señor Año Viejo, un joven salió al trote hacia el pedestal. A cada brinco que dedicaba a su público éste iba enloqueciendo más y más. Gritos de admiración chocaban contra el pecho del joven y le hinchaban de seguridad. Su alisado rostro solo era interrumpido por la confiada sonrisa que lo atravesaba. Y su engominado cabello había decidido permanecer en el sitio que le correspondía para no estropearle semejante ocasión. Llegó al pedestal casi sin aire y saludó al Señor Tiempo.

  • ¡¡¡Bienvenido Señor Año Nuevo!!! Veo que viene con energía para enfrentarse a cualquier cosa.
  • Por supuesto. Hoy es mi noche. Y he de añadir que voy a hacerlo mucho mejor que el presente Señor Año Viejo. Sin ánimo de ofender.

El Señor Año Viejo asintió y le devolvió la mirada con firmeza. El bullicio de la muchedumbre fue interrumpido por el trepidante canto de unas campanas que acallaron a los presentes.

  • La hora ha llegado- gritó el Señor Tiempo.- Aquel que permanezca en pie con el último susurro del tañido de la última campanada será nuestro guía en los meses venideros. ¡¡¡Que dé comienzo La Gran Batalla!!!

El alboroto tomó la palabra al Señor Tiempo y los Señores Año Nuevo y Año Viejo dieron comienzo a su lucha. El Señor Año Nuevo, con sus ágiles y rápidos movimientos, golpeaba una y otra vez al Señor Año Viejo. A cada golpe una ovación recorría el campo hasta manifestarse en la cara del Señor Tiempo. Pero el Señor Año Viejo continuaba en pie apoyado en su bastón de madera. Tañido a tañido, recibía los golpes con la mirada empañada en sangre fija en su adversario. Con el estruendo de la última campanada el Señor Año Viejo cerró los ojos y, apretando los dientes con fuerza, agarró el bastón con las dos manos. El Señor Año Nuevo ni siquiera vio venir el golpe que se asentó en el centro de su garganta y le hizo caer al suelo acompañado por el susurro del último toque de campana.

El silencio corrompió el lugar. El Señor Tiempo fijó su vista aterrado en la tersa cara que yacía sin vida ante sus pies. El Señor Año Viejo, de rodillas y con los ojos aun cerrados, se incorporó apoyándose en su bastón; y, a paso lento, comenzó a abandonar el campo rompiendo el silencio con sus débiles pisadas sobre la hierba que había dejado de bailar.